E. Enrique García Grooscors
En el año de 1963, cuando la Iglesia en América Latina vivía una de sus más agudas crisis, producto de las acciones revolucionarias de la Cuba socialista (apoyada para entonces, por la potencia de la Unión Soviética), el papa Juan XXIII producía la encíclica Pacem in Terris, la cual planteaba que más allá de las querellas ideológicas (marxismo-cristianismo), se encuentra lo que une a los hombres, es decir, el pan, el hogar, la salud, la tierra cultivada, la mejor vida para todos, las riquezas equitativamente distribuidas. Esta histórica encíclica, que habla sobre la paz entre todos los pueblos, fundamentada en la verdad, la justicia, el amor y la libertad, hoy vuelve a tener sentido para nuestro país y para el mundo. Paralelamente, en ese mismo año, en la víspera del fusilamiento en las calles de Dallas del Presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, el secretario general de las Naciones Unidas, U. Thant, señalaba: “Hoy día existe una enorme brecha en el mundo; ...porque mientras los países ricos se hacen cada vez más ricos, los países pobres se hacen cada vez más pobres; y este hecho es un peligro mucho más grande para la paz del mundo que las bombas termonucleares”; tal sentencia fatal al igual que la preocupación del papa continúan vigentes (a pesar de haber pasado casi medio siglo), y lo que es mas grave, el saldo al principio del siglo XXI, es muerte y destrucción, odios y divisiones, ausencia de paz y muchas guerras, pocos ricos y una gran multitud de pobres, en fin, opresión del imperio norteamericano y crecimiento de sus bases militares. Lamentablemente, quienes tienen el poder piensan que un verdadero programa de paz o de desarme mundial, ocasionaría una crisis sobre la industria petrolera y efectos catastróficos sobre las economías de muchos países; pero, dejemos los tratados de paz a los perros de la guerra, y demos un recorrido reflejante a la palabra “paz” en los libros bíblicos. “La Paz” aparece aproximadamente unas 400 veces en los libros del viejo y del nuevo testamento; en Génesis (primer libro) se menciona por primera vez, cuando Dios le menciona a Abram una forma de alcanzar la paz, que es con la muerte; y en el libro de Apocalipsis (último libro), aparece por última vez con el símbolo del caballo de color rojo (símbolo de la guerra y del correr de la sangre) con poder para quitar la paz del mundo. El término Paz en los libros bíblicos tiene varias connotaciones, se usa para expresar un regreso “sano y salvo”, o para expresar “amistad”, o como expresión de “no tener miedo”, “de tener calma”, de “tranquilidad”, de “salir o irle bien”, de “ir feliz al hogar”, de “reconciliación”, de “ser bienvenido”, de “no estar preocupado”, de “bienestar”, de “prosperidad”, y de “salud”; quizás uno de los aspectos incoherentes, es que la paz algunas veces, estuvo condicionada a la rendición o a quedar bajo el dominio de otro. Es interesante destacar, que Dios no le permitió al rey David construir su templo, ya que había derramado mucha sangre y había hecho muchas guerras, sino que fue su hijo Salomón (que significa Paz), quien construyó el templo. El no haber paz en un país, implica someter a continuos sobresaltos a sus habitantes, por ello, uno de los proverbios bíblicos dice: “mas vale comer pan duro y vivir en paz, que tener muchas fiestas y vivir peleando”. Eclesiastés reconoce que todo tiene su tiempo “que hay un momento para la paz”; uno de los textos bíblico señala: “la justicia produce paz, tranquilidad y confianza”, y otro un poco mas mordaz dice: “muchos gobernantes prometen paz, y lo que tienen es un cuchillo en el cuello”. El libro de Isaías cuando describe al niño Dios le da como nombre “Príncipe de Paz”; el grupo de ángeles que anunciaron su nacimiento cantaban: “gloria a Dios en las alturas, paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor”; y en el sermón del monte, Jesús exclamaba: “Bienaventurados los que procuran la paz, pues Dios los llamará hijos suyos”, sin embargo, existe un pasaje inescrutable donde Jesús dice: “no crean que yo he venido a traer paz al mundo, no he venido a traer paz, sino lucha”. Esa guerra entre el bien y el mal (lucha ideológica o de ideas), aun incomprendida por la humanidad, fue sabiamente expresada por el erudito apóstol San Pablo: “por medio de Jesús quiso Dios poner en paz consigo al Universo entero, tanto lo que está en la Tierra como lo que está en el Cielo haciendo la paz mediante la sangre que Cristo derramó en la cruz”. Pero esa paz debe manifestarse con hechos, pues como dice Santiago: “cuando a una persona le falta la ropa y la comida necesaria para el día, y uno les dice váyanse en paz..., y no le da lo que su cuerpo necesita”; por ello, Santiago concluye: “los que procuran la paz, siembran en paz para recoger como fruto la justicia”. En tal sentido, cuando nos referimos a la verdadera religión y la búsqueda de la paz, concordamos con San Pablo en su carta a los Romanos: “El reino de Dios no es cuestión de comer o beber determinadas cosas, sino de vivir en rectitud, paz y alegría...”. En conclusión, ser revolucionario o cristiano no es cuestión de palabras o apariencias (teorías vacías), no es contentarse con interpretar el mundo, sino que es un estilo de vida que se manifiesta en la edificación del hombre nuevo y la mujer nueva, es el trabajo práctico de la solidaridad, el bien común y la paz, es la transformación del mundo mediante el impulso revolucionario con el espíritu práctico.