12 oct 2011

Dia de la Dignidad de los Pueblos Origínarios

Del Día de la Resistencia Indígena a la celebración del Día de la Dignidad de los Pueblos Originarios

Por: Francisco Rodríguez L

A quinientos años de distancia, una funcionaria de rasgos orgullosamente aindiados, apellidada Yaguaracuto, con amabilidad y eficiencia atendió mi solicitud hecha ante una Oficina del Registro Público a la cual acudí para realizar una gestión. Dos pensamientos cruzaron en ese instante por mi cabeza. Recordé la reflexión de una amiga, quien sostiene que no debemos engañarnos con los rasgos del venezolano, sobremanera de quien presuma ser europeo, pues en toda familia por algún lado, alguien había tirado flechas y otro tocado el tambor. De seguida pensé en la proximidad de la celebración del 12 de octubre, fecha conmemorativa del Día de la Resistencia Indígena según lo contempla el Decreto Presidencial 2028 de fecha 11 de octubre de 2002.




Que distante me pareció en el tiempo aquellas celebraciones que distorsionaban y ocultaban la realidad de la conquista y colonización española, resultando en las empalagosas celebraciones del 12 de octubre, mal llamadas Día de la Raza, del Descubrimiento y hasta la Hispanidad. Año tras año se repetían las representaciones escolares, concursos de dibujos y carteleras con la imagen de las tres carabelas fondeadas en una rada llena de palmeras, bajo un sol resplandeciente y un mar en calma como un espejo. En la orilla de la playa, al centro la figura de Cristóbal Colón con abrigo y gorro a la usanza medieval, unos soldados con armadura y pendones; y el infaltable sacerdote sosteniendo una cruz en la mano y presto a evangelizar a cuanta criatura se le pusiera por delante. Cerraba el círculo un grupo de indígenas semidesnudos en actitud expectante y curiosa ante los recién llegados. Los primeros imaginados en actitud orgullosa y dominante; los segundos tímidos e inocentes.

Esa recreación idílica poca relación guardaba con aquella realidad amarga de la lucha que desde el primer momento, debieron librar las naciones y pueblos originarios para enfrentar la empresa de la conquista que prácticamente aniquilaría pueblos completos y terminó por someter a otros, bajo el sistema de expoliación del reparto y la encomienda. En Tierra Firme como se llamó al territorio que con el paso del tiempo sería Venezuela, desde su inicio, la conquista enfrentó en lucha feroz, heroica y desigual al español aventurero y conquistador en su afán de búsqueda de oro con los numerosos pueblos y naciones originarias diseminadas a lo largo de la geografía. Los caracas, guarenas, teques, tarmas, quiriquires, toromaimas, arbacos, mariches y tomuzas son algunos pueblos originarios que fueron liderados por caciques valerosos como Tiuna, Paramaconi, Tamanaco, Chacao y Guaicaipuro. Este último reconocido como jefe principal de la coalición de pueblos indígenas que enfrentara al Capitán Diego de Losada, enviado del Gobernador Ponce de León en su propósito de conquistar el valle de Caracas, conocido entonces como Maracapana.

La Capitulación de Carlos I dada a los Welsares en 1528 para que colonizaran y explotaran vastos territorios que comprendían las actuales Venezuela y Colombia estuvo motivada por la búsqueda del mítico Dorado y las sucesivas incursiones en territorios indígenas fue con el ánimo de juntar cantidades de metales preciosos, comerciar y esclavizar.

Muchas son las anécdotas y hasta leyendas que cuentan del arrojo y valentía indígenas, como aquella acerca de Guaicaipuro, quien cercado por los hombres de Francisco Infante y empuñando la espada que le habría arrebatado tiempo antes a Rodríguez Suárez, vencido y muerto en combate, salió de la choza en llamas gritando: ¡Yo soy Guaicaipuro, quien nunca tuvo miedo; aquí me tienen, mátenme, para que con mi muerte se liberen del temor que siempre les he causado¡. Sitúan los cronistas este suceso entre fines de 1568 y principios de 1569.

O aquella otra de un indígena quiriquire llamado Yoraco, quien no obstante haber sido atravesado por un lanzazo del conquistador Garci González de Silva, quien montaba a caballo; siguió en pié luchando y cuando finalmente cayó mortalmente herido al suelo, cuenta la leyenda que no sangraba por las heridas hasta que le quitaron un collar de piedras coloradas que traía consigo. También vale la pena recordar por allá hacia 1577, la figura de la hechicera Apacuane, madre del cacique Guasema, quien incitó una rebelión ante las interminables crueldades cometidas por los conquistadores españoles en su propósito de arrebatar las tierras a la nación quiriquire y someter definitivamente la región del Tuy, considerada muy rica y fértil. Finalmente vencidos, la hechicera fue apresada y se ordenó que fuese ahorcada como escarmiento.

También Tamanaco, el aguerrido cacique de los indios mariches que combatió con trescientos guerreros a Garci González de Silva y tras ser aprehendido vivo, fue arrojado a las fauces de un perro. Así de brutal fue la conquista y pacificación del territorio. Según una fuente, entre 1560 y 1570 murieron en Tierra Firme alrededor de treinta y cinco mil indígenas. Esto sin contar otras partes de la geografía regional. Visto desde la distancia y con ojos contemporáneos, no puede uno menos que exclamar, un terrible genocidio. Lo que luego sigue bajo la etapa de la colonización fue el sometimiento en repartos y encomiendas como ya hemos mencionado, donde el trabajo forzado o mejor dicho, esclavizado y el contagio con enfermedades propias del español diezmaron a la población indígena. En 1573, los conquistadores que ya dominaban a los teques -el pueblo que liderara el orgulloso Guaicaipuro- se reparten las tierras e indígenas entre siete encomenderos: Pedro Matheos, Marcos Gómez de Cascajales, Agustín de Ancona, Francisco Román, Hernando de la Cerda, Francisco Maldonado y Francisco Maestre. Por su parte el capitán Cristóbal Cobos obtiene el derecho de explotar las minas de oro halladas en esas tierras.

Muchos de los conquistadores una vez sojuzgado el indígena adquieren encomiendas. Así por ejemplo Diego de Losada por haber sometido el valle de Caracas reparte las tierras e indios que van desde el río Guaire al Tuy entre sus tenientes, en la continuación de la empresa mercantilista de acumular oro. Siguieron luego las herencias y no pocas peleas y pleitos judiciales para apropiarse de las tierras e indígenas como si fuesen meras posesiones, pues ese binomio era la base de poder económico y social en gestación. Mas aún, fue una forma inicial de creación de propiedad y clases sociales en la colonia. Cita una publicación de Cuadernos de Historia Regional de Petare que para 1690, el padrón realizado en esa zona arroja que habían 369 indios encomendados y señala como encomenderos a Diego Ladrón de Guevara con 127; Domingo Fernández Galindo con 53; María Ramírez Galeas con 102; Pedro Juan Carrasquer con 94 y Francisca Aguado de Páramo con 20 indígenas. Muchos de ellos se quejaron de maltratos e injusticias cometidas por los encomenderos. En cuanto a las disputas baste un ejemplo. A una encomienda concedida en 1643 al Alférez Mayor Melchor de la Riva en el valle de Baruta se oponen Doña María del Águila, el capitán Lorenzo de Ostos y Vega y Jacinto Cedeño de Albornoz, así comenzaba el ansia de posesión sobre lo que había sido usurpado al vencido.

En las relaciones de las encomiendas los indígenas perdieron no sólo sus tierras sino sus nombres originales para adquirir otros en la pila de bautismo. En Guarenas, el encomendero José Rengifo Pimentel tenía bajo su dominio a Bartolomé casado con Catalina; Álvaro casado con Tomasa; Andrés casado con Lorenza y sigue una relación detallada con edades y número de hijos.

Cuanta tristeza y desolación encierra la frase escrita por el Inca Garcilaso de la Vega en su obra Comentarios Reales, al rememorar las reuniones familiares a las cuales asistía de niño por ser hijo del conquistador del mismo nombre y la princesa incaica Chimpu Ocllo, De las grandezas y prosperidades pasadas (se refiere al vasto imperio incaico) venían a las cosas presentes, lloraban sus Reyes muertos, enajenado su Imperio y acabada su República. Estas y otras semejantes pláticas tenían los Incas (Rey o Emperador) y Pallas (mujer de sangre real) en sus visitas, y con la memoria del bien perdido siempre acababan su conversación en lágrimas y llanto, diciendo: Trocósenos el reinar en vasallaje. Que amarga sentencia concluir que luego de haber sido reyes ahora eran vasallos sometidos al español.

Al conmemorar el Día de la Resistencia Indígena o mejor aún, el Día de la Dignidad de los Pueblos Originarios celebramos la heroicidad, empeño y valentía de los pueblos originarios en su férrea oposición a la dominación del colonizador español, reivindicada en el presente con dignidad al incorporar en la Constitución Nacional de 1999 un Capítulo de Derechos de los Pueblos Indígenas a su existencia como pueblos y comunidades, a mantener y desarrollar su identidad, valores, tradiciones, cultura y sus instituciones sociales así como los derechos a sus tierras ancestrales y la participación social y política en la vida nacional. La dignificación, no es sin embargo, solo reconocimiento de derechos, es asimismo la incorporación activa de las etnias indígenas en el quehacer de las políticas públicas dirigidas ala inclusión social y como actores del cambio social y político que adelanta la Revolución Bolivariana y Socialista sin discriminación, con igualdad y respeto para quienes, como el que más, son integrantes de la nación venezolana.

Francisco Rodríguez L

frlandaeta@hotmail.com